Contra la resignación (II)
II LA CRISIS COMO OPORTUNIDAD
Las crisis son una putada: ya sea la de los cuarenta, la de los años treinta del siglo XX o las de este balbuceante siglo XXI, son algo traumático, que causa sufrimiento a muchos, siempre ansiedad e incertidumbre, y a veces (las peores) muerte y destrucción. Pero las crisis son también un punto de inflexión, la bisagra en la que gira el cambio, la ventana que se abre hacia un futuro que nunca será ya igual que el pasado, pero que tampoco tiene por qué ser peor. A todos nos joden, y a muchos les dan miedo, pero es bueno que le veamos lo que tiene de positivo.
La actual crisis económica mundial tiene un origen claro y unos responsables casi con nombres y apellidos: los grandes bancos de inversión norteamericanos y sus socios en otras partes del mundo, los políticos que han apostado por la desregulación de la economía y la retirada del Estado a funciones cada vez menores y los intelectuales (sobre todo economistas) que les han dado herramientas técnicas y cobertura teórica para hacerlo (y cobrando jugosas tarifas por sus servicios). Esto puede ser discutible, claro, pero coincide con la tesis de Charles Ferguson en el estupendo documental Inside job, y con la descripción de muchos economistas de los que no ponen el cazo. En todo caso, no es tan importante de momento.
La crisis del sistema político español también tiene responsables, con nombres y apellidos: los redactores de una ley electoral que busca garantizar la estabilidad laminando la representación, los jefes de los aparatos de los partidos políticos que quieren listas cerradas atiborradas de gentes sumisas (el que se mueva no sale en la foto), los que financian las cajas de los partidos con dinero negro a cambio de favores, los que aceptan ese dinero negro (se lo queden ellos o no), los que desprecian a los ciudadanos como pensadores críticos pero les adulan como votantes. Como podría haber dicho El Roto: “Queríamos votantes y vinieron ciudadanos”.
Tampoco los sindicatos pueden irse de rositas: se han conformado con un sistema que les garantiza cierto poder y unas migajas económicas (que permiten ganarse la vida a muchos), renunciando a defender a aquellos que más lo necesitan: los parados, los precarios, los inmigrantes. En definitiva, los débiles. También tienen su responsabilidad.
Nuestros intelectuales, en tiempos conciencia y espuela crítica de la sociedad, han renunciado también a ese papel: a veces por cansancio y desencanto, a veces por mera estupidez, a veces por agradecimiento a quienes le pagan bien por publicar columnas en los medios o dar charlas en las aulas de cultura, o les subvencionan películas que casi nadie ve.
Y los medios de comunicación, claro. Empresas que presumen de independencia y juegan a llevarse bien con quienes mandan (en la política y la economía), trapicheando con la verdad a cambio de concesiones administrativas para emitir televisión o radio, despreciando al ciudadano ofreciendo telemierda con el argumento de que es lo que a la gente le gusta.
Ahora, todos estos, y sobre todo los primeros, nos dicen que la culpa de la crisis económica, política, de la corrupción, es nuestra, de los ciudadanos. ¿Qué por qué nos metimos en hipotecas que no íbamos a poder pagar? Porque nos las dieron, y nos convencieron de que debíamos ser propietarios, y nos dijeron que podríamos pagarlas. ¿Qué quien nos manda votarles? Ellos, que se empeñan en convencernos de que no hay alternativas, que las que existen son inútiles y utópicas y, sobre todo, peligrosas. ¿Qué por qué comemos telemierda? Porque es lo único que ustedes emiten. ¿Qué por qué estudiamos carreras que no tienen salidas? Porque ustedes crean las universidades y las llenan de contenidos (y profesores) acríticos.
Pero no les falta razón: algo de responsabilidad tenemos también los ciudadanos. Y debemos asumirla, y hacer nuestra autocrítica. Esta sociedad ha renunciado a valores y prácticas muy importantes: la solidaridad en el puesto de trabajo, el pensamiento crítico, la capacidad de movilización autónoma, al margen de los partidos, el desprecio por la austeridad, el trabajo bien hecho y el dinero ganado honestamente, el cuidado de los vecinos y el compromiso con lo que nos rodea.. Pero, como responsables, también podemos cambiar el rumbo. Podemos dejar de consumir telebasura, podemos no votarles, podemos dejar de pedir (y tal vez de pagar) las hipotecas, podemos dejar de pagar facturas sin IVA (y exigir que se persiga en serio el fraude), podemos plantar cara colectivamente a los jefes de personal, podemos negarnos a costear los platos rotos del sistema financiero con nuestro sudor y nuestro esfuerzo, podemos exigir que nuestros profesores enseñen sus verdades y que los medios no se vendan (y si lo hacen, no comprarlos), podemos volver a preocuparnos de nuestros vecinos, en vez de tenerles miedo, y a hacer de la calle un lugar de encuentro, no de tránsito.
Por eso, la crisis es también una oportunidad. Una oportunidad para mantener lo mucho bueno que tenemos, para cambiar lo que no nos gusta (y ya ha demostrado que no funciona), para inventar alternativas e imaginar otro modo de hacer las cosas. Tenemos que hacer autocrítica, claro, pero también recordar que en una democracia, la garantía de los derechos y libertades nos da una herramienta poderosísima para expresar nuestras inquietudes, y el voto es un arma cargada de futuro. Si queremos usarlo.
(CONTINUARÁ)
© foto: Santi Ochoa
Etiquetas: A nuestro alrededor, Políticas, Reflexiones
1 opinan
Oivo. ¿Y mi comentario? :D
Nuala a las 1:44 a. m.Responde