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    Una amiga, de religión ingeniera, me ha regalado El señor Ibrahim y las flores del Corán; el libro, no la peli, que sólo empecé a ver y me quedé con ganas de terminar. Como las lecturas brillantes tienen más telarañas que el coño de la madre Teresa, lo cuento aquí. Me encantó el regalo, por varias razones: primero porque fue un porque sí, sin más motivo que compartir algo que le había gustado, y esos son los regalos que me encantan. También porque, por algún extraño motivo, pocos de mis amigos se atreven a regalarme libros: tal vez creen que ya los habré leído, o que no me van a gustar y se lo diré además con esta desagradable franqueza que según creen que debería meterme por el culo. Y es verdad que se lo digo, pero es también cierto que me encanta compartir lecturas: por eso precisamente regalo (y presto, que viene a ser lo mismo) tantos libros. Por último, pero no menos importante, porque este es una joyita: se lee en un patada, es tierno, divertido, con una buena historia y sólo levemente pretencioso (el autor, hay que decirlo, es francés).

    A ver, entendámonos: no estoy hablando de La balada del café triste, o Los pasos perdidos. No, es una obra menor, una joyita, no una joya. Bisutería fina si quieren, con algo de plata y piedras semipreciosas, azuladas como la calle Azul dónde transcurre la historia. Con humoradas tales como oir al señor Ibrahim decir que si el fuera un hombre guapo como Marlon Brando... y recordar que en la peli lo encarnaba Omar Shariff. Me recordó, en contraste y porque también es breve (afortunadamente, en este caso), otro libro que leí hace no tanto por insistente recomendación de otra amiga y del que me consta que se han vendido cienes de miles: una tal Seda. Pretencioso, vacío, triste, tramposo y sin rumbo. Y encima el autor ni siquiera tiene la excusa de ser francés.
    Pero ¿saben? Me han entrado unas ganas horribles de llamarla --a esa otra amiga-- para recomendarle al señor Ibrahim y a Momo. O incluso regalárselo. Y como no sé si está en uno de esos viajes lejanos que tanto le gustan, no me atrevo.
    Así que lo pongo aquí por si acaso asoma y lo lee. Y porque a la amiga (de religión, ingeniera) que me lo regaló sí que le puedo dar las gracias por escrito.

    Y luego, me voy unos días a Galicia, que ya la estaba echando de menos.
    A la vuelta les cuento.




© foto: Ruffian

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