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Visitas




No sé si se han enterado, pero viene Santi a Valencia. Su Santi.
Como uno tiene ya su edad, se acuerda de la primera visita de JPII a España, y de Madrid encartelada con enormes pancartas Totus tuus. Entonces el latín aún era cool.  Y también de una colgadura de no desdeñables dimensiones en algún punto de la Castellana que discrepaba: Non totus. Ahora viene Santi a Valencia, pero no tod@s le esperan con los brazos igual de abiertos.

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Geopolítica (9)

O la-la...la France!

zidane

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Geopolítica (8)




Al menos, llevamos unas semanas oyendo la palabra España sin que se conjugue el verbo "romper" en sus aledaños.

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Geopolítica (7)





 
     El fútbol actual, en todo caso, liquida la idea de una nación fundada en la etnia.


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Geopolítica (6)



   




      Para algunos, el fútbol saca a relucir naciones que no sabían que existían.
    Para otros, en cambio, prolonga la vida de aquellas que dejaron de existir.




     ©   foto Ramón Masats

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Franquicias



   Cada vez que agarran a unos de éstos, sale a relucir  un piso franco. Por cierto, que al ver las fotos me pregunto si no se darán cuenta de que están ya un poco mayorcitos para esto del terrorismo. En cambio, a los chorizos de a pie les pillan siempre  --siempre que les pillan-- en el domicilio de una novia, o en la chabola de su madre o en el bar de un colega. Incluso si es en un piso alquilado, no se les ocurre llamarle piso franco. En propiedad, ya ni te digo.
     Los pavos estos que asaltaban chaléses y urbanizaciones también iban un poco del palo y vivían --como en una canción de Estopa-- entre la maleza. Echados al monte. Sin calefacción ni agua corriente. Pero aunque se hubieran dejado seducir por el confort y la vida muelle, y se hubieran alquilado un pisito, firmando el contrato con documentación falsa y todo, a nadie se le hubiera ocurrido referirse a la vivienda como un piso franco.
       Después de investigar, he llegado a la conclusión de que los únicos que tienen pisos francos son los terroristas y los espias.
       Y digo yo que, tal y como está el tema de la vivienda, lo mismo algún promotor se le ocurre forrarse ofreciendo pisos francos. Siempre que sea a buen precio. La cuestión es simplemente limar algunas connotaciones de la expresión.¿Quién nos dice que el día de mañana no podamos ver anuncios como éste (verbigracia)?

Exclusivos pisos francos en una zona privilegiada del centro de Madrid, disponen de piscina verano-invierno, zonas verdes, gimnasio, sauna y vestuarios.

O sea,  si un suicidio puede ser un acto de guerra...

     ©   foto  Sally Gall

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Chorizos de mono azul



   Años de empaparse de novelas negras, pelis de ladrones y series de polis alimentan ciertas distorsiones. Tendemos a creer, por ejemplo, que los atracos a bancos se planean con minuciosidad de ingeniero y se  ejecutan con precisión de comando; que los  timadores urden engaños poderosos pero frágiles; que los chorizos son delatados por sus errores, y no por sus cómplices. Que los botines son jugosos y en metálico; que una sólida carrera delictiva se basa en un gran golpe, y no en mil operaciones de menor envergadura: que la tecnología de punta  reemplaza --como en la guerra postmoderna-- a la brutal fuerza bruta. Que la línea que separa al botín del beneficio es nítida y precisa.

    Personalmente, me interesan mucho los robos sin tanto relumbrón, obra de chorizos que no dudan en calzarse un mono de obrero  y  llevarse por delante algo  que a los demás sencillamente no se les había ocurrido antes. Bienes mucho peor custodiados, pero que no carecen de valor: jamones ibéricos por toneladas, hectolitros de aceite de oliva o kilómetros de cable de cobre.

    Un amigo, sesudo profesor de Derecho en sus ratos de trabajo, me explicaba una vez sus dudas de que pudiera calificarse  como robo el hecho de apropiarse de algo que la gente suele dejar --literalmente-- tirado en la calle.
    En el ramo de las administraciones públicas, hay unos tipos que se han montado un lucrativo chiringuito  con los secuestros de maquinaria y equipo. El modus operandi es sencillo: se plantan en las dependencias correspondientes ataviados con el mono de rigor, se presentan como miembros del servicio técnico, preguntan por el equipo estropeado y con la involuntaria colaboración de cualquier empleado incauto --"Ah, pues debe ser..."--  localizan una máquina cualquiera, cuanto más rara y valiosa mejor: una empaquetadora, una fotocopiadora, una centralita, lo que sea. Dejan un albarán y embarcan el botín en una furgoneta, ante las narices de los responsables y seguratas. Una semana después presentan ante el departamento pagador una factura. Si no la cobran, claro, no devuelven el equipo.
     Es entonces cuando se les pide ver la orden de reparación, las referencias de la persona que la encargó, los comprobantes. No existen.
    Pero tienen una factura. Y si no la cobran, no devuelven el equipo.
    Yo ando dándole vueltas a ver si se me ocurre cómo financiarme una jubilación turbo con un bisnes de éstos.

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Tierra batida

nadal


         A veces me sorprendo evocando, sobre la pista, los partidos que vi disputar de crío, en aquellos clubs de tenis donde aún era obligado vestir de blanco y en los que siempre había un bar donde nos cobrábamos la cocacola que era nuestro premio por ver --el mundo al revés-- jugar a los mayores. En muchos de esos clubs aún se jugaba sobre  tierra batida y por eso, no puedo evitarlo, el polvo rojo sobre unas zapatillas blancas representa para mi  la quintaesencia química del tenis.
        Con el tiempo, he llegado a ser un practicante asiduo pero mediocre de este deporte-juego, aunque ya rara vez en tierra. Como espectador, hace años que dejó de divertirme la competición sobre pistas rápidas, donde todo se resuelve en un saque de espeluznante potencia y un par de raquetazos. Me quedo a lo sumo a ver a las chicas, con un juego menos rotundo pero más vistoso.

        Hoy, asistiendo desde el televisor a una lucha sin tregua ni cuartel entre Nadal y Paul-Henri Mathieu, he recordado que esa tierra roja simboliza la sangre que late bajo una cancha de tenis.

Post-post: La final, mañana domingo 11 de junio.
Post-post-post: ¿Qué les dije? Y ahora, a por el Mundial.
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Secretos



    Recientemente, he hecho un descubrimiento.
    La vecina de arriba es una cincuentona entrada en carnes, casada con un gilipollas y madre de otro que tal baila. Ya no es  una mujer atractiva, pese al bronceado eterno  y una sonrisa agradable y blanca que --cuando piensa que nadie la mira-- desfallece en un rictus de hartazgo.
   Pero últimamente caí en la cuenta  de que no cuelga su ropa interior al tender la colada. Están los CalvinKleins del gilipollas de su hijo -- los genes de su padre parecen haberse ensañado con él--, y otros boxers más sobrios, aunque elegantes, que supongo que serán del marido. Pero las bragas y sostenes de la vecina nunca llegan al tendedero.

    Desde que lo descubrí, empiezo a mirarla con otros ojos.


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