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Familiaridades


 Hace mucho que no incorporo ningún blogo nuevo a la lista de lo que leo, esa de la derecha. Al contrario: he tenido que ir dando de baja muchos que dejaron de actualizar, alguno en circunstancias feas --¡te añoramos, Ike-- y los más simplemente porque se nos pasó el sarampión. A mí me gusta seguir, aunque sea algo atascadamente a veces. Pero eso es otra historia...

   Lo que vale es que hace poco una amiga del mundo real (TM) me hizo llegar la dirección de su proyecto, Mi familia y otros animales. Y aunque le tengo mucha ley, mucho cariño personal y mucha admiración a Arya por tantas cosas, me sorprendió lo bien que están escritos esos textos cortos, acerados, con menos adjetivos incluso de los precisos, hechos de líneas de diálogo tronchantes a veces, otras conmovedoras, o simplemente lindas.
   Me encantó también la lucidez con la que diseccionan lo familiar. En los dos sentidos: el mundo de los parientes y de lo cotidiano. Una delicia que les invito a compartir.
    Ahora sólo le falta encontrarle un nombre un poco mejor; ¡déjemos en paz al viejo Durrell, hombre ya!

    
© foto: Game of Thrones

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Eco



Un texto de 1994 de Umberto Eco. En homenaje.

 
            No se ha reflexionado aún lo bastante sobre la nueva guerra de religiones que está soterradamente cambiando el mundo contemporáneo. El hecho es que hoy en día el mundo se divide entre usuarios de Macintosh y usuarios de ordenadores compatibles con sistema operativo MS-DOS. Tengo la firme convicción de que el Macintosh es católico y que DOS es protestante. Es más, el Macintosh es contra-reformista, afectado por la ratio studiorum de los jesuitas. Es alegre, amigable, conciliador, le dice al fiel cómo debe proceder paso a paso para alcanzar, si no el reino de los cielos, el momento último en el que el documento se imprime. Es catequístico: la esencia de la revelación se expresa en fórmulas simples e iconos suntuosos. Todos tienen derecho a la salvación. 
       El DOS es protestante, incluso calvinista. Permite la interpretación libre de las escrituras, exige decisiones personales y rigurosas, impone una hermenéutica sutil, da por descontado que la salvación no está al alcance de todos. Para que el sistema funcione hacen falta actos individuales de interpretación del programa; lejos de la comunidad barroca de festejantes, el usuario está encerrado en la soledad del tormento interior. 
      Se me objetará que, con el paso a windows, el universo del DOS se aproxima a la tolerancia contrarreformista del Macintosh. Es cierto: windows representa un cisma de tipo anglicano, grandes ceremonias en la catedral, pero preservando la posibilidad de un súbito retorno al DOS para cambiar un montón de cosas en base a decisiones extravagantes: a la hora de la verdad, se puede ordenar sacerdotes a mujeres y gays. 
        Naturalmente, el catolicismo y el protestantismo de los dos sistemas no tienen nada que ver con las posiciones culturales y religiosas de sus usuarios. Un día descubrí que el severo y atormentado señor Fortini usa Macintosh. Pero cabría preguntar si, con el paso de los años, el uso de uno de un sistema en vez de otro puede llevar a profundos cambios internos. ¿Puede uno usar DOS y ser partidario de la Vendée? Aun más ¿podría Celine haber escrito usando word, wordperfect o wordstar? Y Descartes ¿podría haber programado en Pascal?

 ¿Y el código máquina, que rige en la sombra el destino de ambos sistemas, o entornos como mejor prefieran? Ah, esto toca al Antiguo Testamento, talmúdico y cabalístico. El lobby judío, como siempre…


(la traducción la he retocado a partir del original, porque las que encontré en la web no me convencían).
© foto: Guido Harari

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Las muchachas de las niñas

 


   En las memorias de Constancia de la Mora, como en su día en las de infancia de la condesa de Campo Alange, me llama la atención lo presentes que están los criados y criadas, administradores, mayordomos, nannies, chachas  y doncellas en la crianza de los niños de clase alta en la España de antes de la guerra. Supongo que de después también. Connie de la Mora tiene al menos la delicadeza de reconocer su presencia e incluir a menudo nombres y semblanzas de las personas con las que en realidad pasó más horas que con muchos parientes,  padres incluidos.
   La primera parte de estas memorias está poblada de personal de servicio. De hecho, en la segunda página ya aparece, aunque sin nombre, la primera de todas: el ama de cría, una gallega venida de la aldea de Lugo para suplir a la madre que no podía amamantar. Y poco después salta a Miss Nora, la nanny irlandesa que la cuidó entre los tres y los siete años.

   Luego, cuando el retrato se aleja de la niñez las criadas van perdiendo visibilidad, pero nunca dejan de estar ahí. Ni siquiera cuando, a comienzos de 1937, en plena guerra,  se alojan en una "casita muy modesta" [413] en Serra, una aldea a unos veinte kilómetros de Valencia, que  carecía de electricidad y agua corriente. Cuando salen de allí, en noviembre del mismo año,  Connie se deja llevar por una evocación nostálgica de los flices días pasados. Pero nos aclara también que cargó en el coche todos sus pertenencias, "ayudada por las dos sirvientas" [439], a las que imaginamos que no invitaron a acompañarles. Tampoco faltó el servicio en su siguiente alojamiento,  la gran casa de Pedralbes (Barcelona) que comparten, con toda frugalidad al parecer, con otros aviadores republicanos y sus familias en 1939. Cuando salen de allí, nos enteramos de que tenían una "muchacha",  pero también una cocinera y una lavandera [494]. Todas sollozan amargamente cuando deben evacuar la plaza.

   Como decía Brecht, una pregunta para cada historia.

© foto: National Trust

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Memorias

 
Cuando me atasco con las lecturas de novela, suelen tentarme las memorias y biografías. Y ahora estoy requeteatascado.
    Hace un tiempo hablaba de las Memorias de un revolucionario, de Victor Serge, densas y repletas de testimonio sobre los mundos turbulentos de entreguerras. Después, me recomendaron mucho  Doble esplendor, de Constancia de la Mora, una crónica que tiene muchos contrastes con la anterior: memorias de una mujer, de clase alta --nieta de Antonio Maura--, politizada de rebote y finalmente activa defensora de la República en medio de nuestra guerra civil. Sin embargo, me choca que me la recomendaran tanto, especialmente alguien que debía saber lo mucho que refleja este libro la versión canónica del PCE de la guerra, la revolución y sus traidores (POUM y CNT en primera fila, como agentes provocadores del fascismo). Lo que me gusta más del personaje es en cambio el relato de lo privado: la crianza rodeadas de criadas, las monjas carcas en el Madrid de comienzos de siglo, el primer matrimonio con un señorito gorrón, el amor redentor del aviador Hidalgo de Cisneros... Y algún desliz idiomático que me recuerda a los míos de juventud: "Cuando Ignacio apareció en el dintel de la puerta de la cocina..."[523]
     El libro, como digo, no me acabó de convencer, aunque lo liquidé de punta a cabo en unos días.

     Por el mismo camino va, y con mucho más disfrute, una pequeña joya del género: En movimiento, del doctor Oliver Wolf Sacks. Ya les contaré.


© foto: 

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