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Lecturas para tiempos de plaga

   En estos días de encierro forzoso, la lectura no sólo aparece como una tentación, sino casi como una ventana al mundo. En este caso, al mundo del pasado, ese sitio, cómo decía L.P.Hartley, que es un país extranjero donde las cosas se hacen de otra manera.
   Así que rebusco en los estantes y no encuentro mi vieja edición de Plagas y pueblos, de William Mc Neill. Pero Internet tiene en estos días soluciones para todos, aunque me tengo que conformar con una edición en inglés. El libro es soberbio, y sólo en el primer capítulo aprendo algo que debería ser obvio: que en sus primeros pasos, la humanidad tuvo que vérselas en su cuna africana con una enorme variedad de patógenos parásitos, y que de hecho sus salidas hacia zonas templadas le permitieron alcanzar un entorno más saludable y, por tanto, prosperar como especie. O sea, crecer en número.
    Tanto crecimos que ahora es imposible que el pedo de un pangolín de Wuhan no apeste al autobusero de Torrejón de Ardoz.

     Lo otro que aprendí es también de cajón, pero debería haberlo sabido antes: "Sirva de testigo de las tendencias animistas de la humanidad el hecho de que muchos manuales sigan explicando que el barbecho permite a la tierra recobrar la fertilidad a través del descanso. Basta pararse a pensar un momento para convencerse de que sean cuales sean los sean los procesos que el desgaste geológico y el subsiguiente cambio químico puedan desencadenar en una sola estación no deberían provocar ninguna diferencia apreciable para el crecimiento de las plantas al año siguiente". Lo que importa, nos dice, no es el descanso sino los efectos del arado en la tierra en barbecho, tanto de cara a mejorar la humedad del suelo como a la hora de retirar los brotes de las malas hierbas.
    Esto, me temo, tendría que contárselo a mis estudiantes.

    Espero seguir leyendo, y seguir contándoles.

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