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Creérselo








e
l otro día me llamaron creído y regresé de golpe  a mis años de instituto. Las palabras evocan a veces más  que las magdalenas. Marcan además los tiempos de la vida: no creo haber pronunciado el vocablo hipoteca antes de los treintaitantos, y de entonces para acá el campo de mi vocabulario que más se ha ampliado --con diferencia-- es el que se refiere a sintomatologías y dolencias.

    Cuando estábamos en el insti, ser un creído era de lo peor. Pero era aún lo era más no poder aspirar a creérselo.  La palabra tenía una fuerte carga sexual (me niego a decir de género): normalmente,  las chicas eran sólo creídas para los chicos, y al revés. En general, eran ellas las que recurrían más a esta categoría. El principal, si no el único, motivo para creérselo era el atractivo físico, el éxito en lo que constituía el centro de nuestro universo:  ligar. Sólo subsidiariamente podía uno tenérselo creído de  listo o de dinero. No creo que de nada más.

     Continuamente se tildaba a alguien de creído ; existían  incluso  creídos oficiales, como la empollona,  el macarra, el porrero, la pija o el pelota, en ese férreo reparto de papeles de la socialización adolescente.  Tan cruel a veces.  Al sancionar a los creídos se establecía una presión del grupo contra los que sobresalían, una tendencia al adocenamiento en esa etapa en la que lo más importante era ser aceptado y para ello había que ser como los demás. Normal, una palabra tan odiosa como vacía. Sin embargo, el mismo calificativo revelaba que alguien podía tener motivos para sentirse mejor que los demás. Sólo se puede ser creído si se tiene de qué.

      Todo esto me venía a la cabeza despues de ver Los increíbles. La misma raíz, curioso ¿no? Allí, un puñado de superhéroes era obligados a llevar vidas normales, con gran pesar de Mr. Increíble, que se resistía a dejar de hacer lo que otros jamás podrían: ayudar a los demás. Me molesta mucho esa querencia social hacia la media; todos somos excepcionales en alguna faceta, sin que ello nos haga superiores o inferiores al prójimo. El viejo dicho castellano, nadie es más que nadie, no implica que todos seamos iguales. Sólo que no hay ninguna jerarquía que pueda ignorar la esencial igualdad como seres humanos. Me agradó de Los Increíbles esa reivindicación de la existencia de gentes mejores, y de su deber irrenunciable de ayudar al prójimo en la medida de sus capacidades.


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