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El niño que odiaba a los Reyes Magos




     Ahora que la Navidad ha detonado su traca final debo reconocer que me gustan estas fiestas, aunque entiendo bien a quienes dicen detestarlas. No en vano el índice de suicidios se dispara en estas fechas: demasiadas añoranzas para lo que luego nos deparan. Yo, que tiendo a alimentar mi optimismo con expectativas de pesimista, me bandeo bien y disfruto de lo que hay. Que puede ser mucho si hay familia cerca --aunque nos falten algunos-- y sobre todo niños pequeños.
     También en la Navidad, como en casi todo, cada cual ve la feria según la va en ella. En una bitácora amiga nos deseaban felices vacaciones allá por el 20 de diciembre, y yo pensé: "Otra enseñante". Los taxistas de Madrid odian las Pascuas en sus horas de trabajo, aunque sean buenas para el negocio: el tráfico es aún más insoportable que de costumbre. Con todo, nunca conocí a nadie con una odio tan genuino, sincero y furibundo hacia los Reyes Magos como JC. Para él, el seis de enero era el peor día del año. Sus padres no llegaban a casa hasta la tarde, o a veces hasta la noche. Derrengados y sin ganas de fiesta, llevaban días de trabajo durísimo a sus espaldas. No faltaban los regalos, pero sí la ilusión de descubrirlos en los zapatos ante la mirada cómplice de sus padres. Luego, cuando creció, tuvo que incorporarse él mismo a la vorágine del día de Reyes y sus vísperas. Jornadas de trabajo intenso, agobios y tensión. Cuando me lo contó, muchos años después, JC aún odiaba sincera y profundamente a los magos de Oriente.
     La pasteleria O. era bien conocida en el barrio. La fama de sus roscones llegaba incluso a vecindarios más alejados. Eran días de mucho trajín pero también las mejores cajas del año. Ese era el negocio de la familia de JC, el niño que odiaba a los Reyes Magos.

In memoriam: JC murió al año siguiente de que yo escribiera esta historia. Desde entonces, no puedo ver un roscón sin que me vuelva a la cabeza. Era un gran tipo.

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