Contra la resignación (reloaded)
Vengo de pasar unas horas anoche en la Puerta del Sol de Madrid, esa media tapa de barril de aceitunas desde donde tantas oleadas de indignación han desbordado a todo este país nuestro como resultado de una mínima piedra que una sola mano, o un puñado de ellas han arrojado en el charco –falsa balsa de aceite—de nuestra historia contemporánea. Hoy son los jóvenes y no tan jóvenes del movimento por la Democracia Real quienes han arrojado esa piedra. He tratado de escucharles.
Lo que he oido es un grito de hartazgo: ese ¡Basta ya! que plantó cara a ETA, ese ¡No a la guerra! que descalabró una victoria electoral casi cantada de la derecha, ese ¡No con mi voto! que aglutina desde hace años a los que creen que otro mundo es posible. Pero ese grito de hartazgo suena también a canto de esperanza. Ojalá cuaje.
He mirado también. Y lo que he visto ha sido hombres y mujeres decentes, jóvenes y ya no tanto, víctimas muchos y ninguno cómplice de una crisis de la que sin embargo nos quieren hacer paganos: parados, menos-de-mil-euristas abocados a la precariedad, jóvenes aunque sobradamente preparados sin pasta para pagar el coche anunciado, desauciados por las hipotecas, viejos militantes desencantados de militancia, despedidos por la nefasta gestión de ejecutivos de contrato blindado y cuenta de gastos, mujeres puestas en la calle por jefes de personal sin entrañas por el delito de lesa maternidad, prejubilados de EREs que sanean las cuentas de las empresas a costa de los impuestos de todos, estudiantes eternos sin perspectiva alguna de trabajar en lo suyo, excluidos de los partidos (pero a quines se convoca con cinismo a las urnas), trabajadores del andamio víctimas (que no cómplices) de la burbuja inmobiliaria, chavales a quienes jamás los bancos concederían un crédito y sin embargo se les pide que paguen el saneamiento y la fusión de la banca. ¿A quién puede sorprender su hartazgo? ¿Quién podrá reprocharles a la cara que desconfíen de partidos, sindicatos, ideologías o instituciones? Sin trabajo, sin casa, sin futuro ¡sin miedo!
He recordado, también. Recuerdos de tiempos en que eran la calle –no los despachos, sino las aulas, los barrios, y las fábricas— escenario de las luchas políticas para traer una democracia que ha acabado convirtiéndose en esto. No una democracia real sino un sucedáneo intragable: la partitocracia. Me han venido a la cabeza conversaciones, cientos de ellas, en los años que siguieron: que vaya mierda, que para este viaje no necesitabamos tanta alforja, que la juventud pasaba, que los militantes honestos de antaño se habían apoltronado en las moquetas y perdido contacto con las aceras, que todos eran iguales, que que más daba unos que otros, que algo había que hacer, que nada podía hacerse mientras la gente siguiera más preocupada de las pulgadas que medía la pantalla de su televisor que de los metros que le separaban de su vecino.
Nunca en todos estos años fui pesimista. Siempre estuve atento a los brotes de rebeldía, de insumisión, de hartazgo. Convencido de que lo que es insostenible no se sostiene indefinidamente.
Lo que he oído, he visto y he recordado ayer en la Puerta del Sol de Madrid, rompeolas de todas las España, me ha confirmado que no estaba del todo equivocado.
(CONTINUARÁ)
© foto: Santi Ochoa
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1 opinan
Supongo que si la bala no sale por el cañón, lo hará por la culata.
peke a las 1:38 p. m.Responde