Memorias de África
Itang, Etiopía, cerca de la frontera con Sudán
"Durante unos años hubo aquí un campamento con más de ciento cincuenta mil nueros refugiados de la guerra sudanesa. Estaban aquí hasta hace apenas unos días. Y hoy no hay más que vacío. ¿Adónde han ido? ¿Qué les ha pasado? Lo único que turba la quietud de estos lodazales, lo único que se oye, es el croar de las ranas, un fuerte clamor de anuro, enloquecido, espeluznante, ensordecedor."
(Ryszard Kapuscinski, Ébano)
Si me impresionó espercialmente este pasaje fue porque yo he oido ese clamor de anuros. Al caer la tarde --al caer una tras otra las tardes de finales de agosto-- , al alivio de la brisa del Atlántico oloroso, hordas de ranas asaltaban las sendas de grava volcánica de un rojo oxidado, intenso con la humedad que traía los aromas mareantes de una vegetación que permanecía abotargada mientras brillaba el sol. Por millares, de todos los tamaños, croaban y se dejaban apartar del camino. Una patada bien calibrada, si no quería uno dejar a su paso un rastro de cadáveres aplastados. Habia algo de inquietante en el contraste entre la pasividad de cada una de aquellas ranas y el estruendo aterrador de cientos, miles de anfibios, al caer la tarde, cada tarde.
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