¿Por qué lo llaman sexo
cuando quieren decir amor?
Miguel Piferrer se aficionó al cibersexo anónimo, en privados de colores chillones de salas de charla de nombres inverosímiles. Conoció e intercambió tocamientos con garotas brasileñas que en realidad eran prejubiladas de Telefónica, al compás de metáforas gastadas -- melones, pistolas, leche-- , verbos de acción trepidante --trepar, bucear, horadar-- y onomatopeyas impronunciables. Adoptó el papel del dominador y el de la esclava, bajo los siete velos de una Sherezade velluda; compartió fantasías de violencia electrónica; se sometió a lluvias de megapíxeles dorados; propinó besos de colores hasta quedarse del todo sin adjetivos. Robó ratos al sueño en busca de parejas de camioneras y tríos de ases del volante; polvos de fantasía cada vez más frecuentes, cada vez más tórridos, cada vez más anónimos, cada vez más lejos de la fase REM y más cerca del inconsciente puro.
Y tras cada nuevo encuentro inexistente, tras cada eyaculación al sol, tras cada despedida clandestina, Miguel Piferrer sentía cómo se agrandaba su soledad, cómo mermaba el deseo y cómo crecía el hambre que le lanzó por primera vez en busca del sexo anónimo .
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