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Propiedad intelectual


    A ver. Lo voy a decir alto y claro por si alguien no lo entiende: la propiedad intelectual es un concepto borroso. Las ideas realmente no son de nadie, o al menos muy pocas de ellas nacen de la nada. Los inventos son fruto del talento social acumulado, y los inventores (que Edison me perdone), meros intérpretes de ese talento. Las novelas en realidad ya están todas escritas, y nada de lo que haga un escritor es, como dijo aquel, otra cosa que tradición o plagio. Las patentes y el copyright son meros intentos de poner puertas al campo.
    Pero, ya puestos, igualmente dudoso me parece ponerle puertas al campo-campo. Vamos, que sinceramente igual de borrosa me parece la propiedad raíz: la acumulación de riqueza rara vez se justifica si no es por la expropiación o la explotación del trabajo ajeno. Los tipos de interés son el beneficio que los bancos sacan de prestarme tu dinero (y a ti el mío). El margen comercial nace de la jugada de ventaja de quien compra barato para vender caro. La frontera entre la especulación y la inversión no es que sea fina: es que la definen los que se benefician de ambas, según sople el aire. El dinero, abandonado a su suerte sobre un campo o una fábrica no produce más que detritus de papel. El valor añadido sólo nace del trabajo de alguien, que no es normalmente quien se lo lleva. El mayor delito no es robar un banco, sino fundarlo (Brecht dixit).
    Pero resulta que hemos descubierto que la propiedad privada y los mercados son los mecanismos menos eficientes que conocemos de asignación de los recursos (con excepción de todos los demás, que diría Churchill). Y estoy de acuerdo, así que trago con los márgenes comerciales, los beneficioes empresariales y los intereses bancarios. Ahora bien, si la propiedad (real) no es un robo ¿por qué ha de serlo la intelectual, que contribuye a alegrarnos la vida?
    Así pues, me parece fatal que los nietos de Ramoncín vivan ad aeternum de las versiones de Nirvana que hizo su padre (si es que tal milagro fuera posible). Es sumamente beneficioso para la sociedad que las patentes y los derechos de autor tengan plazos de caducidad (50 años tras la muerte del creador, en España). Pero me parece igualmente necesario que los nietos de Botín o las Koplovitz se tengan que ganar la vida, al margen de lo que hicieran por ellos sus abuelos.
     En nigún libro de teoría económica está escrito (o no debería estarlo) que la herencia a más de dos generaciones vista forme parte de los incentivos necesarios para que la economía rule. Así que limitemos la herencia (de los palacios, los yates, las fincas) igual que lo hacemos con las ideas: ¿50 años? No, venga, 70 años tras la muerte del acumulador primitivo. Y luego que todo vuelva a la bolsa común: para que se reparta de nuevo el mazo, que rulen los incentivos y el mundo siga girando.
    Que viene a ser más o menos lo que sugería el tío Carlos (buscar por "herencia"). O, de otra forma, el tío Pedro-Pepe: si la propiedad es un robo, que prescriba, como todos los delitos.
    Así nos quedaríamos con el chalet de Ramoncín, que seguro que mola más que sus canciones.

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