Cataluña
Así que busco alguna analogía que me permita entender lo que tenemos entre manos, y cuál debería ser una solución razonable. Se me ocurre la de un divorcio. Y le doy unas vueltas.
Como en un divorcio, llega un momento en que la racionalidad queda apartada, dejando paso a las tripas. Y creo que ese momento ya llegó hace mucho.
Como en un divorcio, sin embargo, es necesario pasado ese momento volver a a poner la razón sobre la mesa, para buscar una salida.
Como en un divorcio, las partes están divididas. Ansían la paz que vendrá con la separación y temen a la vez el dolor que saben que acarreará. Pero como suele ocurrir, una de las partes está más inclinada a romper --sin dejar de estar dividida-- que la otra.
Como en un divorcio, a veces un poco de serenidad, algo de ayuda exterior y pensar en los demás, ayuda a restañar las heridas. A veces hasta a frenar lo que parecía inevitable. Pero es sumamente difícil: una vez pronunciada la palabra lo normal es que acabe haciéndose realidad. Y, si no, alimentará un duradero poso de amargura. Nada volverá a ser como antes.
A veces, lo sabemos, las parejas no pueden permitirse el divorcio, o no sin renunciar a niveles importantes de bienestar.
Pero no puedo evitar pensar que una vez que se pierde el amor y el respeto no merece la pena aguantar sólo por eso. Ni por los hijos.
Ya ven. Hay que tener mucho cuidado con las analogías. Las carga el Diablo.
© foto: Ferran Jordà:
Etiquetas: A nuestro alrededor, Políticas, Reflexiones
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