martes, junio 30, 2020
Lecturas para tiempos de plaga (2)
¿Quién rompió las rejas de Monte Lupo? En este delicioso libro, el gran Carlo M. Cipolla --sí, el de las leyes fundamentales de la estupidez humana-- nos muestra cómo se enfrentaba la sociedad toscana del XVII a una epidemia de peste, con todas sus consecuencias. Montelupo era una pequeña localidad cercana a Florencia, que en septiembre de 1630 se vio obligado a enfrentarse a una de las cuatro peores pesadillas de la humanidad: la peste. (Las otras tres, por cierto, eran el hambre, la guerra y la muerte misma). Y lo hizo con los instrumentos que tenía a su alcance: unos magros conocimientos de medicina, nulos de bacteriología y una larga experiencia en la aplicación de políticas de aislamiento de los enfermos y cuarentena de los sanos. De lo bien o mal que salió librado Monte Lupo nos da buena cuenta Cipolla.
Pero lo sorprendente del libro es la actualidad de lo que ocurría en la Toscana del XVII, con sucesos y preocupaciones que parecen sacados de la prensa en estos días de pandemia. Un ejemplo:
La separación de familias enteras dentro de sus casas, la separación de familiares enfermos confinados en los horribles lazareto, el cierre de mercados y la interrupción del tráfico comercial con la consiguiente falta de trabajo y el desempleo generalizado, la quema de muebles y mercancías eran medidas impopulares cuando menos. El médico de Busto Arsizio que oso declarar la existencia de peste en la aldea en 1630 solicitando implícitamente medidas de cuarentena, se ganó un arcabuzazo que le costó la vida. Los médicos Settala y Tadino de Milán no tuvieron el mismo fin, pero la plebe arrojaba piedras contra su carroza cuando circulaban por los barrios bajos de la ciudad. La ignorancia y la miseria eran las principales causas de infracción. Los sepultureros traficaban con las ropas de los muertos. Los arrieros intercambiaban falsificaban los pasaportes de sanidad. Los hosteleros no respetaban los controles. Pero no era solo el vulgo el que violaba las ordenanzas. Los mercaderes obstaculizaban como podían los controles sanitarios, las limitaciones de tráfico y las cuarentenas de mercancías. Los pudientes oponían resistencia a los impuestos extraordinarios destinados a cubrir los gastos sanitarios. Otros consideraban insoportable la limitación de movimientos y los guardias en las puertas de las ciudades sufrían continuamente insultos por parte de fatuos señorones y se desahogaban con la gente humilde sobre la que descargaban su frustración y vulgaridad. (32)
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