Retazos
Hace unos días presencié una escena en un bar. Un chico y una chica, veinteañeros, trajeados de trabajo: el encorbatado hasta el pecho y ella con una bonita camisa blanca, con un botón suelto de más que dejaba abierto el balcón de su escote. Era media tarde: charlaban, sentados sobre unas banquetas en la barra, él frente a un cubata y ella atacando a morro una Coronitas. Al chico de vez en cuando se le escapaban los ojos a los pliegues de la camisa de ella, aunque los retiraba pudoroso sin demorarse, antes de que ella --debía pensar--se diera cuenta. Pero a la chica claramente no le importaba. De vez en cuando, al calor de la conversación, se inclinaban casi hasta tocarse. Bajaban entonces la voz, y sólo pude captar retazos de la conversación.
Él decía cosas como:
--Pero vives con él.
Y ella respondia:
-- No siempre es como una lo espera.
Y él:
- Mis amigos son todos tíos.
Y ella:
--Es todo tan complicado.
Y yo pensaba: "Chaval, en tu vida te lo han puesto tan en bandeja". Y ella se inclinaba un poco más, y le sonreía. Y él, la timidez pintada en el gesto, no se atrevía a aceptar el envite. "¿A qué cojones estás esperando?" --pensaba yo, mientras enterraba la nariz en mis papeles. Y el tipo daba vueltas a la noria. Mareaba la perdiz. Y yo estaba deseando que ella se largara al baño, para decirle: "Tío: entra a matar. No te verás en otra como esta". Pero ella seguía allí en su banqueta, como si su escote no fuera una invitación y como si en realidad fuera todo tan complicado. Dando sorbos a su Coronitas y mostrándole una sonrisa cargada de dientes blancos. Pero no fue al baño. Sólo se volvió por un instante, me miró y esa mirada infinitesimal decía: "¿Te das cuenta? Voy a tener que hacerlo yo todo". Y yo le repliqué con un amago de sonrisa. Así siguieron un rato.
Cuando me iba, estaban pidiendo otra ronda.
Espero que al tipo la segunda copa le espabilara las entendederas o le soltara las amarras. Porque sé que ella lo tenía claro. Me sentí un poco más viejo, si he de decir la verdad, pero también más sabio.Y deseaba que lo que estaba gestándose allí, ante mis ojos, llegara a dar fruto.
Él decía cosas como:
--Pero vives con él.
Y ella respondia:
-- No siempre es como una lo espera.
Y él:
- Mis amigos son todos tíos.
Y ella:
--Es todo tan complicado.
Y yo pensaba: "Chaval, en tu vida te lo han puesto tan en bandeja". Y ella se inclinaba un poco más, y le sonreía. Y él, la timidez pintada en el gesto, no se atrevía a aceptar el envite. "¿A qué cojones estás esperando?" --pensaba yo, mientras enterraba la nariz en mis papeles. Y el tipo daba vueltas a la noria. Mareaba la perdiz. Y yo estaba deseando que ella se largara al baño, para decirle: "Tío: entra a matar. No te verás en otra como esta". Pero ella seguía allí en su banqueta, como si su escote no fuera una invitación y como si en realidad fuera todo tan complicado. Dando sorbos a su Coronitas y mostrándole una sonrisa cargada de dientes blancos. Pero no fue al baño. Sólo se volvió por un instante, me miró y esa mirada infinitesimal decía: "¿Te das cuenta? Voy a tener que hacerlo yo todo". Y yo le repliqué con un amago de sonrisa. Así siguieron un rato.
Cuando me iba, estaban pidiendo otra ronda.
Espero que al tipo la segunda copa le espabilara las entendederas o le soltara las amarras. Porque sé que ella lo tenía claro. Me sentí un poco más viejo, si he de decir la verdad, pero también más sabio.Y deseaba que lo que estaba gestándose allí, ante mis ojos, llegara a dar fruto.
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