Camisas
Recuerdo algunas de mis camisas preferidas:
*la de grandes cuadros rojos y blancos, de felpa, con dos bolsillos, que me acompañó aquel invierno del 79;
*una sin cuello, de rayas finas rojas y blancas, con la que me encontraba favorecido en mis años de instituto;
*otra de algodón basto, de listas gruesas azules y moradas, comprada en Guatemala;
*aquella de tergal de rayas amarillas, heredada, a la que mi madre descosió el cuello;
*una azul, con tres botones en la manga y dos en el cuello, la primera de punto oxford, regalo de un judío de Brooklyn;
*una basta de lana gruesa y grandes cuadros, de pescador portugués;
*otra de listas desiguales de colores --rojo, azul, verde, blanco-- de cuello ancho;
*la de lona verde botella, con un gran bolsillo, como me gustan;
*otra de vestir, algodón con algo de acrílico, de cuadros negros sobre blanco;
*diez --¿doce?-- camisas blancas de algodón que nunca faltaron.
Visto así, encuentro en el inventario trazos indelebles de monotonía.
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