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Renunciar a dar mil pasos para coger impulso para el gran salto




    El movimiento por la Democracia Real (ya) ha dado pasos de gigante, y tiene un futuro cargado de esperanza (y no Aguirre, precisamente). Lo conseguido hasta ahora es mucho e importante: los grandes partidos tiemblan, los opinadores profesionales no dan crédito (como los bancos), los corruptos confían en que todo se corrompa (piensa el ladrón...), los medios de comunicación buscan portavoces sin hallarlos, pero sobre todo, los indignados nos hemos encontrado, nos hemos reunido, hemos ocupado los centros simbólicos de la política (la plaza, el ágora, el foro) y nos hemos puesto en marcha.
    El momento que tenemos por delante, a corto plazo, es crucial, y deberíamos ser conscientes de ello. Los enemigos del movimiento (y no os confundáis, son muchos, poderosos, nada tontos y determinados, pues saben que están en juego sus habas y su monopolio del poder) están ya trabajando para conseguir que se disuelva como un azucarillo en el café, quedándose en algo meramente testimonial y, como les gustaría creer, utópico, juvenil, botellonero y memo.
    Pero no lo es. No lo ha sido hasta ahora y no debe serlo en el futuro.
    ¿Qué haría yo si fuera un enemigo del movimiento? Sobre todo y fundamentalmente tratar de dividirlo, aprovechar como en el judo el impulso con que acomete para convertir su fuerza en fuente de debilidad. Tienene a su favor una de las grandes bazas de este movimiento: su base asamblearia. Las asambleas, como sabe cualquiera que halla participado en ellas, tienen la gran fuerza de su carácter democrático, de la participación directa, pero pueden acabar siendo largas, tediosas, dispersas...cansadas. La movilización permanente no puede mantenerse no ya indefinidadamente, sino ni siquiera mucho tiempo, no más de unas semanas si el objetivo es sencillo y potente (como en los países árabes), quizá menos, a medida que los objetivos se dispersan.
    La solución, sin embargo, no es renunciar a las asambleas, ni a las acampadas, ni a la democracia participativa. En absoluto: de ahí nace la fuerza del movimiento, y no puede renunciarse a ello. Pero hay que ser consciente de los peligros que entraña, y uno de ellos es dejar que los objetivos se dispersen, y que cuantas más partes del mundo intentemos cambiar, más cunda la división y eldesánimo ante la magnitud de la tarea.
    ¿Cuál es la gran fuerza del movimiento hasta ahora? Que se compartía un objetivo común, único, en el que cabíamos todos: el rechazo de esta democracia de grandes partidos y sus secuelas (corrupción, aplastamiento de las minorías, pensamiento único) y también –aunque en segundo lugar, quizá—el rechazo a la gran banca y sus correrías (la crisis, la burbuja, el paro, el desarme fiscal del Estado). Pues bien, centrémonos ahí, y dejemos lo demás (el FMI, la energía nuclear, el maltrato animal o las mil cosas que se nos puedan ocurrir, y de hecho surgen en las asambeas) para más adelante.
    Ese único objetivo (la reforma de la ley electoral), nos une, y puede concitar apoyos sociales muy amplios. Incluso existen partidos políticos con representación en las instituciones que la defienden (porque, además de creer en ella, les conviene): o sea, que contamos con fuerza social y hasta con apoyos políticos: aprovechemoslo.
    Una reforma de la ley electoral, una cualquiera de las muchos que se están hablando en las asambleas, es realista y a la vez es dinamita para este sistema político, la partitocracia bipartidista. Promoverla no exige entender y proponer reformas para todos los aspectos de la organización social y económica que no nos gustan (pero que no compartimos en el mismo grado). Es decir, nos lleva a profundizar en lo que nos une, y no en lo que nos separa. Lo que puede unirnos a mucha más gente: de derechas, de izquierdas, de arriba y de abajo, de aquí y de allí, de dentro y de fuera.
    Los que miran al movimiento con suspicacia seguirán diciendo que no tenemos programa, que no tenemos ideas, que no podemos cambiar el mundo si no sabemos cómo. Pero no es verdad: podemos empezar a cambiar el mundo por lo que más nos toca, lo que más nos cabrea y lo que más nos duele. Y es lo que más les va a doler a ellos.
     Sigamos con las asambleas, sigamos con la movilización, pero practiquemos esa autolimitación –renunciar a todos los objetivos posibles e imposibles, para conseguir uno que es la llave de todos los demás—para asegurar el futuro del movimiento.
    Y luego, a por una Ley de Banca.


[Sí, sí, ya sé, el título me ha quedado un poco maoísta, pero ¿qué queréis?: unas banderolas al viento y me sale el rojo que llevo dentro ;) ]

(¿CONTINUARÁ?)

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