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Churchilliana


     Alguien califica el último discurso de Rajoy ante las Cortes de churchilliano. No es que yo sepa mucho de Churchill, aunque reconozco que con los años me va interesando cada vez más la figura oronda de este todoterreno (no confundir con colagusano) de la política y la vida. El verano pasado dediqué algunos ratos a espigar su correspondencia de guerra con F.D. Roosevelt, sumamente instructiva.    
     Aparentemente, lo de churchilliano alude a una supuesta llamada al sacrificio a la altura de los tiempos, la defensa de la voluntad por encima de las circunstancias y la promesa del premio a la virtud.
   Lo que yo le oigo a Rajoy, por el contrario, me suena a fatalismo a secas, a la claudicación de cualquier principio o promesa ante el empuje de lo inevitable (los inevitables mercados, sin ir más lejos), a desconcierto de quien no creía que gobernar fuera ésto, coronado con una promesa lacia de que las cosas algún día irán mejor. Por no hablar de la retórica, claro. Ni color.     
     No nos vendría mal algo de churchillianismo de verdad: honestidad para explicar la situación, firmeza para marcar los límites entre lo preciso y lo irrenunciable, visión para señalar el rumbo que habrá de seguirse, determinación para embarcar a todos, repito, a todos, en la tarea y el reparto de los sacrificios.     
     Pero mientras el plato del día para la mayoría sigan siendo recortes de primero, sacrificios de segundo y de postre los irritantes "ustedes se lo han buscado", vamos por mal camino. Mientras la oferta para la mayoría sea desempleo, más impuestos de los de pobres, servicios menguantes y peores condiciones de trabajo, la cosa va mal.    
     Y resulta encima que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades.  
     Pero algunos parece que siguen viviendo incluso por debajo de su ya muy rastrera reputación.  

   ¿Cuándo caerá la gota que colme el vaso?



© foto: Librería del Congreso (EE.UU.)

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