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El pudor de los buenos



    Entro en un estanco, en una calle comercial del centro. Un hombre desastrado, con gafas de culo de botella, de pelo crespo y trazas evidentes de dormir en la calle --ropa astrosa, mugre bajo las uñas, tez reseca-- habla con el estanquero.
--¿Este es el más barato? --pregunta señalando con la cabeza un paquete de tabaco, sobre que el dueño acaba de depositar sobre el mostrador, con una moneda de euro encima.
-- Sí, es éste -- contesta en tono que sonaría a brusco.
-- ¿Y cuanto vale? -- pregunta sin atreverse aún a coger los cigarrillos ni la moneda.
-- Tres cuarenta, Willy, el más barato.
-- ¿Y me lo estás regalando?
    El hombre asiente, evidentemente incómodo, deseando acabar la transacción.
-- Joder, tío, muchas gracias.
    Con lentitud pero sin desconfianza, Willy recoge el paquete, el euro, y sale del estanco musitando aún su sorpresa.

    Pienso en decir algo en alto sobre la bondad de la buena gente, pero una sombra en la expresión del estanquero me invita a callar. Pido lo mío, y salgo de allí camino del trabajo, agradecido de haber sido testigo de uno de esos mil pequeños actos de bondad que lubrican la vida incluso en estas ciudades desalmadas del capitalismo tardío. Emocionado, incluso, de aquella manera.

© foto: Meditant

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