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   Leyendo la primera novela publicada de Margaret Atwood, La mujer comestible, me encuentro una perorata de un personaje menor que anuncia lo que sería el mayor éxito de su autora (y una serie de TV imprescindible). Dice así Fish:

"Un cataclismo. Otra Peste Negra, una inmensa explosión que barra a millones de personas de la faz de la tierra, que la civilización tal como la conocemos sea arrasada; sólo así el nacimiento recuperaría su papel esencial, y podríamos volver a la tribu, a los viejos dioses, los tenebrosos dioses de la tierra, la diosa de la tierra, la diosa de las aguas, la diosa del nacimiento, del crecimiento y de la muerte. Necesitamos una nueva Venus de vientre fecundo, llena de vida, fértil, a punto de dar a luz un nuevo mundo,  en toda su plenitud, una nueva Venus que surja del mar..."


© foto: HBO

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Titulares



El 94% de los abogados mueren en lugares sin vigilancia


Hubiera sido un gran titular, pero era un error de lectura. En realidad, decía "ahogados". Pero ¿se imaginan la historia?

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Dientes

 

A mis cincuenta y tantos, una higienista bucal dedica diez minutos a enseñarme a cepillarme debidamente los dientes.

   Me pregunto qué más cosas habré estado haciendo mal hasta ahora.
foto: Shorpy.com

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El macho Camacho


     Se habrán fijado ya que me estoy conteniendo para no hablar de la Eurocopa. Y no es por falta de interés, ni porque la mierda de la bitácora esta me absorba (que me absorbe). Ni siquiera porque el combinado nacional --que no es la sangría, como algunos podrían pensar, sino la Selección Española de Fútbol-- nos esté dando ración doble de lo de siempre: grandes esperanzas, psicologías frágiles y un paseo por el filo de la navaja. No.
     Tampoco me contengo porque, sea como sea  --con Raúl e Iker, con Zizou, con Figo o con Becky-- el Madrid va a ganar esta Eurocopa. No. Hay otro  motivo. Aparte de que servidora, cuando va a España, va a España, y no distingue de colores locales. En eso soy partidaria de la lealtad constitucional. Que no todo el mundo puede tener un equipo galáctico.
   No, yo, de momento, me lo estoy pasando como el KiKo con la Eurocopa, y si no les hacerles partícipes de las esperanzas que abrigo. Por no gafarlas, ya saben. Lo mismo se acuerdan lo que opino de  la suerte. Que sólo hay de la  mala.

   Pero me tendrán que reconocer que el fútbol hoy --desoyendo el angioma clásico del maestro Di Stefano: "el cuero al pasto"  -- está patas arriba. No hay quien lo entienda. Y si no, vean las declaraciones  que se marca el futuro entrenador del Real Madrid. Venían en un folleto de promoción de Portugal con la excusa de la Copa, de esos que te colocan en el periódico y que sólo leemos  los que tenemos la espera entre los pluses del oficio. Ya saben, seguratas, pesetas, porteros de fincas urbanas y funcionarios en general.

   Entre la ensaimada de  tópicos de siempre --el fútbol, la suerte y el trabajo,  los triunfos y demás--  deja caer  cositas como éstas.

-- Hemos de tener en cuenta que el fútbol portugués está muy influenciado por la economía.

-- Las personas pierden su empleo y son incapaces de manifestarse, pero cuando pierde su equipo, son capaces de matar.

O la que acabó de matarme  mí:

-- A través del fútbol observamos cómo se mueve la sociedad. El fútbol es tan popular que podría decirse que es el opio del pueblo.


Valdano, chaval: ¿tú estás seguro de que no te has equivocado de Camacho?

(Este texto, con esta gif animado, se publicó en el que fue mi primer blog, hacia junio de 2004, en vísperas de quedar eliminados en otra de esas eurocopas anteriores al advenimiento del genio Aragonés. Conserva cierta actualidad, y me hizo gracia comprobar que dos de los personajes citados --Kiko y el propio Camacho-- siguen ligados a la competición, ahora como comentaristas. Y también que el gif funciona).
© foto: EmeHache

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El más grande

   
Murió. El mejor (aunque mi hijo pequeño me recordará el historial de Rocky Marciano).  El primer boxeador del que tengo recuerdo, en los tiempos en que asistíamos sin escrúpulos al espectáculo de la brutalidad sobre un ring. De la elegancia, también. Recuerdo a mi padre, sentados juntos frente al blanco y negro de la tele, señalar que lo que hacía grande a Cassius Clay --entonces aún se llamaba así-- era su agilidad, el juego de piernas, el trote con el que brincaba alrededor del rival, agotándole, fajándole ocasionalmente el hígado o buscándole el mentón.
   Nunca después  fui muy aficionado al boxeo. Como con el fútbol, aquel aprendizaje de infancia ,imitando los gestos de los adultos sin entender cabalmente el sentido de lo que ocurría, no dejó mucha huella. Un ramalazo de nostalgia, ahora que me viene a la cabeza.

Pero de aquellos tiempos recuerdo con admiración la figura fibrosa y aceitada de Cassius Clay. Un nombre senatorial para el último luchador de la estirpe de Espartaco.

© foto: Aun buscando

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El hombre que miraba fijamente a las gallinas





Oyendo la radio, recuerdo haber leído en su día en prensa la noticia, que rezaba más o menos así:

Fallece cuando practicaba zoofilia con una gallina


Un hombre de 39 años pereció aplastado en Orense por una gran roca mientras practicaba la zoofilia con una gallina, informó ayer el diario “Faro de Vigo”. Herminio R. C. tenía entre sus manos la gallina, y su cuerpo fue descubierto por unos niños que estaban jugando. El forense explicó que el movimiento de la víctima cuando “pretendía beneficiarse del animal” provocó el deslizamiento de la roca que lo aplastó. — Efe

 
    Pero lo mejor lo cuenta el fotógrafo en la entrevista, cuando recuerda lo que dijo el forense al preguntarle por el destino final de la gallina: "La echamos también a la caja".
Humor galaico en estado puro. El licor-café del humor.


© foto: Iñaki Osorio

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Las muchachas de las niñas

 


   En las memorias de Constancia de la Mora, como en su día en las de infancia de la condesa de Campo Alange, me llama la atención lo presentes que están los criados y criadas, administradores, mayordomos, nannies, chachas  y doncellas en la crianza de los niños de clase alta en la España de antes de la guerra. Supongo que de después también. Connie de la Mora tiene al menos la delicadeza de reconocer su presencia e incluir a menudo nombres y semblanzas de las personas con las que en realidad pasó más horas que con muchos parientes,  padres incluidos.
   La primera parte de estas memorias está poblada de personal de servicio. De hecho, en la segunda página ya aparece, aunque sin nombre, la primera de todas: el ama de cría, una gallega venida de la aldea de Lugo para suplir a la madre que no podía amamantar. Y poco después salta a Miss Nora, la nanny irlandesa que la cuidó entre los tres y los siete años.

   Luego, cuando el retrato se aleja de la niñez las criadas van perdiendo visibilidad, pero nunca dejan de estar ahí. Ni siquiera cuando, a comienzos de 1937, en plena guerra,  se alojan en una "casita muy modesta" [413] en Serra, una aldea a unos veinte kilómetros de Valencia, que  carecía de electricidad y agua corriente. Cuando salen de allí, en noviembre del mismo año,  Connie se deja llevar por una evocación nostálgica de los flices días pasados. Pero nos aclara también que cargó en el coche todos sus pertenencias, "ayudada por las dos sirvientas" [439], a las que imaginamos que no invitaron a acompañarles. Tampoco faltó el servicio en su siguiente alojamiento,  la gran casa de Pedralbes (Barcelona) que comparten, con toda frugalidad al parecer, con otros aviadores republicanos y sus familias en 1939. Cuando salen de allí, nos enteramos de que tenían una "muchacha",  pero también una cocinera y una lavandera [494]. Todas sollozan amargamente cuando deben evacuar la plaza.

   Como decía Brecht, una pregunta para cada historia.

© foto: National Trust

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Héroes


    Leyendo las memorias de Victor Serge, caigo en la cuenta de una de esas cosas tan obvias que uno se sorprende de no haberlas pensado antes.

    Para los jóvenes de izquierdas de mi generación, y sospecho que para muchos, muchos de los jóvenes del siglo XX,  el héroe era el revolucionario.

    No el explorador, ni el científico, ni el guerrero, ni el filósofo ni desde luego el empresario, el poeta o el santo. 
    Cuesta luego desprenderse de los héroes de juventud, igual que de los malos hábitos.

   Y me pregunto si los jóvenes del siglo XXI tendrán mejores héroes. O si los hay mejores.
    



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Tras la guerra


--"Será nuestro fin porque todos los aldeanos irán a la guerra y cuando vuelvan no querrán ser eso sin lo que nosotros no podemos pasar: criados. 
--Pero siempre habrá criadas, ¿no? --dijo Caroline. 
--Ojalá. Franklin dice que todas estarán trabajando en fábricas. Luego se casarán con los chicos que vuelvan a casa y, una por una, las Familias del Río moriremos en nuestras casas heladas sin que nadie nos doble siquiera un cubrecama".



Habla Laura Delano, y el Franklin a quien alude es FDR. En La edad de oro, de Gore Vidal (165)

  © foto: LoveDay Lemon

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Premoniciones


   Leo una novela fascinante de Gore Vidal, que mezcla lo histórico con lo ficticio y la narración con el ensayo. La edad de oro   presenta a algunos personajes fascinantes --como Harry Hopkins, a quien Oliver Stone dio mucho protagonismo en su documental--, permite compartir el pesimismo patricio de Vidal al contarnos cómo se fue al carajo la patria de los hombres libres, y dejarse envolver en una narración que avanza a saltos, sin que ninguno de ellos parezca tener la importancia que luego irá cobrando. También, como remate, el propio Vidal se cuela como personaje en su epílogo y nos acompaña a reflexionar sobre las consecuencias de la obsesión por la seguridad en los aeropuertos:

--Cada vez que vuelo está, cómo no, el problema de combatir el terrorismo. Para ello debes presentar documentos que acrediten tu identidad, además de una fotografía.
--No entiendo por qué echas tantas pestes.--Demasiado joven para recordar lo que había sido vivir en un país libre, Iris está  totalmente acostumbrada a que la detengan y le pregunten por qué quiere volar, digamos, de Newark a a Filadelfia, una ruta reconocida como de alta seguridad que resulta irresistible para los árabes portadores de bombas decididos a destruir todo lo que hay de bueno en la faz de la tierra por el simple gozo de servir a Alá.



Nada llamativo, claro. Salvo que me molestaba un dato que me había quedado en la cabeza, y era el de la fecha de edición. Nueva York, Random House, 2000.

¿Cómo te quedas?


© foto:

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Cambios

   Hace diez años, cuando este blogo aun era pequeñito, publiqué una foto tomada cerca de la basílica de Atocha donde se veía, en pequeñito, a los futuros reyes en el día de su boda. Hace unas semanas, por las mismas razones que entonces, me acerqué junto a la fuente de Neptuno para ver pasar el coche del recién estrenado rey y tomar unas fotos. 
   Diez años. La de cosas que han cambiado.
   La menor de ellas, seguramente, la cara que ha de iluminar nuestras monedas.


© foto: Eme Hache

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Temperatura


El calor y el frío, señorita --dijo el general-- son sensaciones puramente civiles.

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Clero futbolero



  Escucho por la radio de la existencia de un campeonato mundial de fútbol clerical, para equipos integrados por curas (imagino que rasos, por cuestión de edad). Se llama la Clericus Cup, y se disputa estos días en Roma: 355 curas de 56 países.
    La mala noticia es que el equipo español ha sido eliminado.
    Después de que su capitán arremetiese contra el árbitro y recibiera una de las dos tarjetas rojas de la competición.
    La buena es el nombre del capitán: el padre Rajoy.
   
    Aunque confieso que todo esto es casi una excusa para volver a subir una de mis fotos favoritas de todos los tiempos.

© foto:Ramon Masats

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El pudor de los buenos



    Entro en un estanco, en una calle comercial del centro. Un hombre desastrado, con gafas de culo de botella, de pelo crespo y trazas evidentes de dormir en la calle --ropa astrosa, mugre bajo las uñas, tez reseca-- habla con el estanquero.
--¿Este es el más barato? --pregunta señalando con la cabeza un paquete de tabaco, sobre que el dueño acaba de depositar sobre el mostrador, con una moneda de euro encima.
-- Sí, es éste -- contesta en tono que sonaría a brusco.
-- ¿Y cuanto vale? -- pregunta sin atreverse aún a coger los cigarrillos ni la moneda.
-- Tres cuarenta, Willy, el más barato.
-- ¿Y me lo estás regalando?
    El hombre asiente, evidentemente incómodo, deseando acabar la transacción.
-- Joder, tío, muchas gracias.
    Con lentitud pero sin desconfianza, Willy recoge el paquete, el euro, y sale del estanco musitando aún su sorpresa.

    Pienso en decir algo en alto sobre la bondad de la buena gente, pero una sombra en la expresión del estanquero me invita a callar. Pido lo mío, y salgo de allí camino del trabajo, agradecido de haber sido testigo de uno de esos mil pequeños actos de bondad que lubrican la vida incluso en estas ciudades desalmadas del capitalismo tardío. Emocionado, incluso, de aquella manera.

© foto: Meditant

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