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Tres veces Sócrates




     Estaba retocando una entrada que recogía tres encuentros improbables en un mismo día con un mismo filósofo, el Sócrates de ahí arriba, en tres contextos muy distintos: una gracieta de wasap, una diatriba supuestamente jocosa en La flaqueza del bolchevique (libro con más trampas que el ayuntamiento de Estepona) y un paralelismo de los que dan que pensar en una novela que no llegará a venderse como la de Silva, aun mereciéndolo mucho más --El impresor de Venecia, de Javier Azpeitia.  Retocaba la entrada y en un abrir y cerrar de blogger saltó por los aires y perdí el borrador,  la cita primera y la imagen que lo ilustraba.

    Tal vez porque es agosto, y me manda la pereza, o tal vez porque cada vez creo menos en las casualidades, decido dejar que la selección natural obre su curso, y renuncio a reescribir el texto original (si es que la originalidad pinta algo en estas ocurrencias). Y les dejo a secas con la cita de Azpeitia, capaz de escribir una novela sobre el siglo XVI en la que en realidad se reflexiona, mucho y bien, sobre el oficio de editar en los tiempos de internet. Aquí va la cita.

Quizá era eso lo que temía Sócrates en su tiempo, tan parecido a este, en que la escritura destruyó la inmensa obra oral del hombre, el legado que conectaba el entendimiento de cada hombre con el de sus ancestros de manera indisoluble. Ese legado es ahora material, y se está diluyendo en la nada. Hay tantos libros que son inabarcables. Ilegibles.

  Curiosamente, la misma frase --esa última-- que elige el critico de El País para cerrar su reseña. Qué cosas.


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