Los tiempos del cólera
"Los hombres sabios siempre creen que lo que logran no es mérito suyo". Así arranca la nota necrológica dedicada a Ricardo García Gil, el famacéutico de Épila que frenó una epidemia de cólera en la provincia de Zaragoza en 1971. Historias del siglo pasado, dirán algunos, pero en esas fechas cumplía yo nueve años, y tengo un recuerdo vago pero nítido de aquel verano. Mi madre hirviendo el agua del grifo y añadiendo unas gotas de lejía --dos por litro-- , la inquietud que recogían los periódicos.
Hay que recordar en esta España rica lo que eran nuestros pueblos --poblados de borricos, huérfanos de redes sanitarias y hasta de empedrado, con hospitales lejanos. A los que regresaban en verano los emigrantes a Alemania, que exponían en sus casa las maravillas --transistores, batidoras, tupperwares o bolis de cuatro colores-- con que obsequiaban a los que se habían quedado atrás. Las mismas maravillas que hoy viajan bajo los toldos de plástico azul de los magrebíes que cruzan la península de punta a cabo.
Hay que recordar también lo que es el cólera: un vibrión mortal que medra en aguas sin depurar y provoca vómitos y diarreas, con deshidratación aguda que conduce, si no se atajan a tiempo, a la muerte. Es una epidemia relativamente fácil (y barata) de controlar, pero en 2001 seguía habiendo en el mundo 184.000 casos de cólera (una epidemia fácil de controlar), con más de 2.700 muertos.Especialmente de los más débiles, niños y ancianos. Una enfermedad de pobres, como las intoxicaciones de metílico de los destilados caseros de Galicia, las fiebres de malta provocadas por la leche sin pasteurizar o, más cercano aún, el fraude del aceite industrial de colza derivado por unos ladrones sin entrañas a la venta a granel para consumo humano.
En esta España rica, que se resiste a mirarse en el espejo de su pasado, resulta imprescindible recordar esos tiempos. Para que los nostalgicos del bachillerato antiguo no nos convenzan de que cualquier tiempo pasado fue mejor (cuando ni siquiera ellos eran mejores entonces, aunque así lo crean). Para que los ecologistas de salón no nos vendan una visión idilica de la naturaleza olvidando que también los virus van en el mismo paquete. Para que nuestro orgullo de nuevos ricos no nos haga mirar por encima del hombro a quienes hoy se ven forzados a emigrar. Para que los cuentos de almibar del Cuéntameno borren de la memoria de una España que miraba la prosperidad y la libertad de Europa con admiración y envidia.
Y, también, ¿por qué no?, para no regatearles el homenaje que merecen a los hombres y mujeres que, con su trabajo, su ciencia a veces y otras con su mera voluntad y sus sacrificios, ayudaron a crear la España rica que mañana votará en una Europa rica.
0 opinan
Responde