jueves, septiembre 30, 2004
¿Sí...?
Dar gato por liebre es, por ejemplo, ofrecer una prosa tan cuidada que las imágenes parecen trazadas con cartabón (como ésta mía). Aparentar sutilezas psicológicas donde sólo hay estereotipos planos y encefalogramas sin aristas . Audacias formales para envolver contenidos inocuos. Podría dar nombres, pero me limitaré a un ejemplo.

El pobre Kipling, sin embargo, es recordado a menudo por un poema nefasto, vacuo y cursi llamado Si,,,. O, If,,, , si lo prefieren en inglés.
Semejante bodrio aparece copiado en infinidad de páginas de internet , enmarcado en un sinnúmero de dependencias parroquiales e instituciones ducativas y pasa por ser para muchos --incluido algún ex-presidente del gobierno español-- una pieza maestra de la poesía universal. Incluso embaucó a algún poeta incauto, como Paul Eluard, que lo tradujo al francés. Me acordaba de esto hace no mucho, leyendo las memorias de Pablo Neruda, poeta ese sí mayúsculo, quien anotaba su estupor al descubrirlo enmarcado en la alcoba del duque de Alba, en el Madrid en guerra del 36.

Estos versitos, pensados para impresionar a adolescentes de voraces tragaderas ("serás hombre, hijo mío" ¡hay que joderse!), cuentan afortunadamente con un nutrido y prestigioso club de detractores. Empezando por George Orwell, quien lo bautizó como "buen mal poeta". Preside el club, curiosamente, el honorable Rudyard Kipling, quien dejó escrito en sus memorias póstumas, Algo de mí mismo .
Entre los poemas de Recompensas había uno titulado "Si..." que se salió del libro y que se pasó un tiempo recorriendo el mundo. Estaba basado en la figura de Jameson y contenía unos consejos de perfección muy fáciles de dar. Una vez dados, la mecánica de la época los hizo rodar como bola de nieve hasta un extremo que me asustó. Los colegios y otros centros de enseñanza adoptaron el poema para la juventud, lo cual no me hizo ningún bien con los jóvenes, al conocerlos luego ("¿Por qué escribió usted aquello? Me castigaron a copiarlo dos veces). Con "Sí..." se hicieron tarjetas para colgar en las oficinas y los dormitorios, lo ilustraron y lo antologaron hasta la saciedad, veintisiete países del mundo lo tradujeron a sus veintisiete idiomas y lo imprimieron de todas las maneras posibles.
En su vejez, un socarrón y mordaz Kipling no podía evitar carcajearse al pensar cuántas raciones de sucedáneo de liebre había dado de sí el cadáver de su hipotético gato.
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