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Despedidas

    De una manera extraña, me afectó la muerte de Javier Tusell. Por vías bastante torcidas --conocidos comunes, encuentros causales, noticias cruzadas, solapamientos laborales-- es alguien que últimamente había  aparecido en mis conversaciones con alguna frecuencia. Debo reconocer que no le he leido ningún libro, ni apenas más artículos que los que publicaba en prensa. También que le guardaba cierta antipatía desde que, al preguntarle un periodista en plena transición por qué su grueso tocho sobre La oposición democrática al franquismo no hablaba del Partido Comunista respondió secamente: "Es que los comunistas no son demócratas". Lo cual, aunque pudiera mantenerse como distinción académica, tenía mucho de error historiográfico --¿hubo  oposición seria a la derecha  del PCE?-- y de injusticia política. El tipo con cara de empollón que trajo el Guernica --siguiendo los mandados expresos de Picasso, no lo olvidemos-- no me caía demasiado bien.



      Luego le he ido leyendo cosas en prensa, con mayor curiosidad. A veces concidía con él, como en el caso de los papeles de Salamanca, y otras discrepaba --como en la descalficación personal y académica de Pío Moa, un autor que merece a gritos una réplica rigurosa y severa, pero histórica. También me llegaron noticias de su actividad, algunas que me hicieron respetarle más --su calurosa acogida a una amiga que, sin más avales que su curriculum de estudiante añosa, le solicitó que le dirigiera una tesis-- y otras, no tanto. Siempre le tuve por un trabajador incansable y eficaz, pero aunque lo hubiera dudado, ahí está el volumen de su obra.
      Leyendo estos días el Epílogo que preparó para sus memorias, volví a encontrarme con esas sensaciones agridulces. Me desagradaba esa necesidad --tan académica en el peor sentido-- de escribir apoyado en las muletas de las citas. Descubrí en cambio, una corriente de cálida humanidad y un humor negro que me trajo a la memoria algunas carcajadas que me eran familiares.

 He pasado por dos quimioterapias. Por más que tienen como consecuencia el adelgazamiento y la revitalización del pelo, no las recomiendo como métodos habituales a nadie.

Con todo, nunca hubiera llegado a escribir sobre Tusell si no fuera por la súbita muerte, brutal y temprana, de un vecino con quien compartí hace unos años responsabilidades en el Presidium de la Comunidad. Buena gente, vital, espabilado, sensato y simpático. Como me siento incapaz de articular otro pensamiento más allá del "No somos nadie", me permito ofrecerle la despedida que proponía el historiador Tusell:
¡Que usted lo pase bien!
¡Que ustedes lo pasen bien!

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