Gonzalo Pontón
Desde que empecé a leer libros de historia (y de esto ya hace un rato), los de Crítica han estado siempre en primera fila. Primero como sello dentro de Grijalbo (un Oro de Moscú de Angel Viñas que venía a reventar la propaganda a golpe de archivos), luego como editorial propia, finalmente absorbida pero respetada por alguno de los monstruos del negocio: Mondadori, luego Planeta. Y a lo largo de todos esos años, la persona que ha estado detrás de Crítica ha sido la misma: Gonzalo Pontón. Y detrás de Pontón, en la trastienda donde tan a gusto parece sentirse, el maestro Josep Fontana.
No creo que haya mejor introducción para quien quiera saber cómo ha ido el mundo en los últimos 10.000 años que la Historia económica de la población mundial, de Carlo Cipolla, probablemente el primer libro que leí al comenzar la universidad, y uno del puñado escaso que, junto con algún profesor como es debido, me salvaron de tirar la toalla en un primer curso casi del todo desalentador. Después vinieron otros muchos títulos: la fascinante Cataluña de Pierre Vilar, muchos Hobsbawms, varios Thompsons distintos, más Cipollas, Moreno Fraginals, Carandes y Fontanas, Wrigleys, Elliotts, los trabajos del History Workshop, qué sé yo. Y detrás de todos, Gonzalo Pontón.
Hablo de unos tiempos además en que Crítica no estaba tan sola como lo está ahora en ese negocio: cuando Ariel publicaba mucho y bueno, Siglo XXI tres cuartos de lo mismo (esperemos que el spot protagonizado por Chaves/Obama para Las venas abiertas de América Latina les dé un respiro), Akal no se había escorado aún hacia el libro escolar, Península no le temía a los tochos de historia agraria, Cátedra hacía sus pinitos.... Detrás de cada una había otros nombres (Javier Abásolo en Siglo XXI merece mención especial, por muchas razones); y detrás de Crítica seguía Gonzalo Pontón.
Tiempo después, cuando muchas de ellas dejaron de publicar con asiduidad, prácticamente sólo nos quedan dos editoriales que publiquen buena historia sólida: la Junta de Castilla-León, de la mano de Agustín García Simón. Y Crítica, con Gonzalo Pontón.Más a su favor.
Y eso que en Crítica no sólo se publicaba buena historia: han apostado y mucho por la divulgación científica (ahí descubrí yo a mi admirado Stephen Jay Gould), por las ediciones (críticas) de clásicos, el ensayo político... (Otra recomendación: el Allegro ma non troppo de Cipolla, uno de esos grandes libritos que nadie debería dejar de leer). Supongo que son aficiones e intereses que comparto con Gonzalo Pontón.
En todos esos años, una de mis ambiciones secretas --compartida con todos los que intentábamos hacer buena historia no del todo académica-- ha sido publicar en Critica. Prueba del rigor de la editorial es que sólo unos pocos lo consiguieron. En uno de esos intentos conocí a Gonzalo Pontón y tuve la ocasión de ponerle cara al nombre que tanto me había dado de leer en ese tiempo. Un hombre que respiraba pasión por los libros (y por las ideas que hay en ellos).
Luego, tuve ocasión de someter los volúmenes de mi biblioteca a la prueba de fuego de la partición. Los de Crítica --los de Gonzalo Pontón-- se quedaron todos. Bueno, alguno se me escapó (un precioso Misterio de Olga Chejova de antes de que Beevor se hiciera tan famoso) , aunque está a buen recaudo en la biblioteca del barrio.
Ahora, el grupo Planeta ha decidido prescindir de Gonzalo Pontón aprovechando que alcanza la edad de jubilación. Pensaría uno que una de las ventajas de ser el dueño de tu propio sello era que no te mandaban a la calle por edad. Pero no es así. Tampoco la edad es una excusa para deshacerse de un mal gestor: la editorial daba beneficios, cuando otras tantas se han conformado con subsistir. Probablemente la salida de Pontón no tenga ya remedio. Yo confío, sin embargo, en que le queden ganas para embarcarse en algún proyecto editorial.
En estos tiempos en que hasta los tiburones más aviesos de las finanzas se refugian en textos idiotas de autoayuda empresarial (un género al que nunca se rebajaría Crítica), se me ocurre que la historia de Gonzalo Pontón entraña por lo menos dos lecciones.
*Detrás de las empresas, están los hombres. Y no todos valen ni saben lo mismo.
*Despilfarrar la experiencia de quienes aún tienen ganas, ideas y fuerzas para trabajar es un lujo que ninguna empresa debería permitirse.
Ideas brillantes, claro. Destinadas a caer en saco roto, como tantas otras. Así que al menos deseaba dejar constancia de mi gratitud a estos más de 30 años de Crítica. Y a Gonzalo Pontón.
No creo que haya mejor introducción para quien quiera saber cómo ha ido el mundo en los últimos 10.000 años que la Historia económica de la población mundial, de Carlo Cipolla, probablemente el primer libro que leí al comenzar la universidad, y uno del puñado escaso que, junto con algún profesor como es debido, me salvaron de tirar la toalla en un primer curso casi del todo desalentador. Después vinieron otros muchos títulos: la fascinante Cataluña de Pierre Vilar, muchos Hobsbawms, varios Thompsons distintos, más Cipollas, Moreno Fraginals, Carandes y Fontanas, Wrigleys, Elliotts, los trabajos del History Workshop, qué sé yo. Y detrás de todos, Gonzalo Pontón.
Hablo de unos tiempos además en que Crítica no estaba tan sola como lo está ahora en ese negocio: cuando Ariel publicaba mucho y bueno, Siglo XXI tres cuartos de lo mismo (esperemos que el spot protagonizado por Chaves/Obama para Las venas abiertas de América Latina les dé un respiro), Akal no se había escorado aún hacia el libro escolar, Península no le temía a los tochos de historia agraria, Cátedra hacía sus pinitos.... Detrás de cada una había otros nombres (Javier Abásolo en Siglo XXI merece mención especial, por muchas razones); y detrás de Crítica seguía Gonzalo Pontón.
Tiempo después, cuando muchas de ellas dejaron de publicar con asiduidad, prácticamente sólo nos quedan dos editoriales que publiquen buena historia sólida: la Junta de Castilla-León, de la mano de Agustín García Simón. Y Crítica, con Gonzalo Pontón.Más a su favor.
Y eso que en Crítica no sólo se publicaba buena historia: han apostado y mucho por la divulgación científica (ahí descubrí yo a mi admirado Stephen Jay Gould), por las ediciones (críticas) de clásicos, el ensayo político... (Otra recomendación: el Allegro ma non troppo de Cipolla, uno de esos grandes libritos que nadie debería dejar de leer). Supongo que son aficiones e intereses que comparto con Gonzalo Pontón.
En todos esos años, una de mis ambiciones secretas --compartida con todos los que intentábamos hacer buena historia no del todo académica-- ha sido publicar en Critica. Prueba del rigor de la editorial es que sólo unos pocos lo consiguieron. En uno de esos intentos conocí a Gonzalo Pontón y tuve la ocasión de ponerle cara al nombre que tanto me había dado de leer en ese tiempo. Un hombre que respiraba pasión por los libros (y por las ideas que hay en ellos).
Luego, tuve ocasión de someter los volúmenes de mi biblioteca a la prueba de fuego de la partición. Los de Crítica --los de Gonzalo Pontón-- se quedaron todos. Bueno, alguno se me escapó (un precioso Misterio de Olga Chejova de antes de que Beevor se hiciera tan famoso) , aunque está a buen recaudo en la biblioteca del barrio.
Ahora, el grupo Planeta ha decidido prescindir de Gonzalo Pontón aprovechando que alcanza la edad de jubilación. Pensaría uno que una de las ventajas de ser el dueño de tu propio sello era que no te mandaban a la calle por edad. Pero no es así. Tampoco la edad es una excusa para deshacerse de un mal gestor: la editorial daba beneficios, cuando otras tantas se han conformado con subsistir. Probablemente la salida de Pontón no tenga ya remedio. Yo confío, sin embargo, en que le queden ganas para embarcarse en algún proyecto editorial.
En estos tiempos en que hasta los tiburones más aviesos de las finanzas se refugian en textos idiotas de autoayuda empresarial (un género al que nunca se rebajaría Crítica), se me ocurre que la historia de Gonzalo Pontón entraña por lo menos dos lecciones.
*Detrás de las empresas, están los hombres. Y no todos valen ni saben lo mismo.
*Despilfarrar la experiencia de quienes aún tienen ganas, ideas y fuerzas para trabajar es un lujo que ninguna empresa debería permitirse.
Ideas brillantes, claro. Destinadas a caer en saco roto, como tantas otras. Así que al menos deseaba dejar constancia de mi gratitud a estos más de 30 años de Crítica. Y a Gonzalo Pontón.
Etiquetas: A nuestro alrededor, Culturas
1 opinan
y de vez en cuando, estupendos artículos en el periódico.
manuel_h a las 1:16 a. m.Responde