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Bucci

Bucco
   En un callejón sin salida con dimensiones de plaza pública, sobre la cima del monte Aventino --una de las siete colinas de Roma--, no lejos de donde viví hace años, está la sede de la Orden de Malta, y en el portón de la entrada un orificio redondo, il bucco. Pegando un ojo al agujero, como antes algún millón de ojos, vemos recortada entre los setos la cúpula de San Pedro.
   Cuando vuelvo a Roma me gusta pasear por el Aventino, y fantasear cómo sería vivir en alguna de esas fabulosas villas sobre el Tíber, auténticos palacios rodeados de pinos en pleno centro. Me consuela saber que uno de ellos ,  por no sé que extrañas vías,  ha acabado albergando una escuela primaria.  Aunque ya  me asomé muchas veces  al agujero de esta cerradura, si paso por las cercanías no puedo evitar volver a agacharme, bajo la mirada aburrida de los carabineros que ya no llevan carabinas sino subfusiles. La visita incluye también una parada en Santa Sabina, creo que la más antigua basílica de Roma, y sobre todo en el jardín de las naranjas,  con su hermoso balcón sobre el Tíber y los tejados de  Roma.
    Más tarde, si la hora es propicia, no es mala idea acercarse a comer especialidades romanas a Perilli (incluido el ossobucco). Si hay que hacer tiempo, nada mejor que un paseo hasta la pirámide
Cestia
o, pegado a ella, al cementerio acatólico, para curiosear entre ese batiburrillo de  ateos, masones, protestantes de varias estirpes, aristócratas rusos y rojos de pro. Todos unidos por su "acatolicidad".

    Luego hay otros huecos, como el que dejan los amigos que se van. Pero esos ni siquiera tienen el consuelo de un sabroso tuétano o unas buenas vistas.

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