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La célula ( y 3)



    Cuando Amalio montó el guiñol llevábamos un buen rato jugando, así que no le costó mucho hacernos sentar frente al umbral donde una silla cubierta con una toalla simulaba el escenario. Por allí empezaron a asomar diversos personajes que había ido recogiendo por el cuarto para montar la función: el madelman de la Policía Montada del Canadá y otro de hombre-rana, un oso de peluche, un pelotón completo de marines de plástico verde unidos con gomas a un palo, una bruja con verruga y una caperucita calva que eran los únicos guiñoles que nos quedaban. Pero la estrella fue el esqueleto del El cuerpo humano, al que se le saltaban los huesos a medida que iba presentando los distintos cuadros.
    -Brrrrr. ¡Qué frío hace aquí! Me tiritan hasta las tibias ¿No tenéis frío, niños? –decía el esqueleto con voz quebrada.
    -- ¡Nooooo! – gritábamos todos, partidos de la risa.
    --Hummmm, ¡Qué hambre! Me he quedado en los huesos. ¿No quedará por ahí una medianoche de jamón-york para un pobre esqueleto famélico?

    No entendíamos ni la mitad de las cosas que decía el Señor     Huesitos –como llamaba Amalio a su personaje— pero me reía con ganas, porque hablaba con voz de falsete y de vez en cuando se le caía una pieza al suelo, lo que celebrábamos con risotadas y pateos. Hasta los mayores se habían asomado al pasillo para oír sus ocurrencias.
    Recuerdo sobre todo a Caperucita tratando de huir del Policía Montado que la perseguía por subversiva.
    --¡Ja-ja-ja, subversiva! –repetía el Gordo Varela antes de preguntarme --¿Y qué es subversiva?
    Yo me encogía de hombros, aunque conociendo a Amalio estaba seguro de que esa era una de las palabras de aquel lenguaje extraño que se hablaba en mi casa. Tal vez fuera alguna de las cualidades de la célula. O un tipo de célula, tal vez: musculares, nerviosas, óseas y subversivas.
    El Montado no paraba de preguntar:
    --¿Vieron a esa roja de Caperucita? –subrayando mucho el roja.

    Todos gritábamos “Se fue por allí”, señalando al lado contrario. Finalmente, el policía logró agarrarla, con la ayuda del pelotón de marines. Entonces sonó un redoble de tambores --Amalio era experto en hacer ruidos con la boca—y empezaron a agolparse personajes en el escenario: el hombre-rana, el oso de peluche, un Mortadelo recortado en cartón y otros más que no habían aparecido hasta entonces. Rodearon al Montado, a la vez que gritaban:
    --¡Libertad para Caperucita!

    Los niños nos sumamos al coro, y los mayores del pasillo, entre carcajadas, de modo que en un momento creció un estruendo de risas y gritos.

    --¡Li-ber-tad para Cape-rucita!

    Hasta que la Madre apareció de pronto, sofocada.
    --¡Amalio, joder, que se oye todo!

    Así que dirigidos por el Señor Huesitos, los personajes se abalanzaron sobre el Montado y los marines, que saltaron por los aires, la Caperucita calva fue liberada y paseada a hombros entre los aplausos del público y el esqueleto inició su monólogo final, solemne y dramático:

    Un fantasma recorre Europa
    y las viejas familias cierran las ventanas,
    afianzan las puertas,
    y el padre corre a oscuras a los bancos,
    y el pulso se le para en la Bolsa

    Recuerdo que lo escuchamos embobados, porque era un poema tremebundo, plagado de barcos, bodegas, tiros, viento y estepas. Hasta acabar:

    Un fantasma recorre Europa,
    el mundo.
    Nosotros le llamamos camarada.

    No hubo aplausos, sólo silencio. Hasta Amalio asomó la cabeza sobre la silla, extrañado. Entonces volvió a sacar al Señor Huesitos, que le dijo a mi prima Bea:

    --Mmmm ¿quién es esta niña tan guapa? Creo que me muero por sus huesos.
-----------oooOooo----------


    Después de aquello, la Madre se pasó un rato jugando con nosotros, contándonos que el Señor Huesitos estaba medio loco y no decía más que insensateces. Estaba claro que no quería que los niños volvieran a sus casas contando lo que habían visto en el guiñol. Así al menos lo entendí yo, y enganché en un rincón a Joserra, a Manolito el Pera, al Lindo Galindo y al Gordo Varela y les dije muy serio:

    --Como alguien se vaya de la lengua con lo del guiñol le voy a tener que partir los hocicos. Eso va a ser un secreto de nuestra célula ¿está claro?

    No me costó convencerlos. Sólo tuve que explicarles de qué se trataba , y les gustó el detalle delos códigos y el saludo secreto. Así quedó constituida nuestra célula. La célula “los Camaradas”.






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