
El fulano que diseñó y colocó a la puerta de su negocio el cartelito de marras merece nuestra más enérgica condena. Un mes y un día de rellenar cuadernillos de Rubio. ¿Dónde iremos a parar si además de la corrección política se pierde la
corrección ortográfica?
Lo malo, es que al fulano le tenían hasta las pelotas unos rumanos que desvalijaban --seguramente a pequeña escala-- el género de la tienda. Es decir, que tenía sus razones para estar cabreado, y eso no se resuelve con una condena unánime y el correspondiente rasgado de vestiduras.
A lo que voy: la inmigración (como el turismo, la vacuna para el cáncer de cuello de útero y los distritos electorales provinciales), además de ventajas, entraña problemas, inconvenientes. Pese a lo que suele decirse, el mayor no me parece que sea el de la delincuencia asociada a extranjeros, aunque es uno de los más sensibles. Y esos problemas los sufren de forma más aguda las antaño llamadas clases trabajadoras, porque son las que conviven y compiten con los inmigrantes. Por el espacio público, los empleos, las ayudas sociales, las plazas escolares. Las mismas clases trabajadoras de las que forman parte la mayoría de los inmigrantes. Las mismas cuyos salarios se moderan si hay más oferta de mano de obra. Si la izquierda política se sigue negando a contemplar estos problemas, aferrada a la zanahoria del discurso buenista (por un lado) y al palo de la vergonzosa normativa xenófoba (por otro), las cosas sólo pueden ir a peor. Y más en tiempos de crisis.
La negativa de los defensores del capitalismo a hacer extensiva su defensa de la libre circulación de factores y mercancías a la mano de obra --vulgo personas-- es indefendible. La facilidad con que los supuestos paladines de los derechos humanos se tapan la nariz ante medidas como las de la
directiva de la vergüenza es sencillamente vergonzosa. El argumento de que la inmigración es positiva porque contribuye al crecimiento económico me parece sencillamente imbécil: ¿y el día que no lo haga? ¿qué hacemos? A mi entender, la cuestión atañe a derechos humanos básicos: el de a libertad para perseguir una vida mejor, aunque implique algo que nadie hace de buena gana: abandonar su tierra y a su gente.
Como todos los derechos básicos, el ejercicio de éste entraña problemas que debemos ser capaces de prever y afrontar. Barrerlos bajo la alfombra de la corrección política o esperar a que nos estallen --electoralmente en el mejor de los casos-- en la cara, no me parece precisamente una idea brillante.
Por cierto, la directiva aún está en trámite (aunque avanzado): estamos a tiempo para
oponernos.
Etiquetas: A nuestro alrededor, Políticas